Felices como bestias by Diego Pinillos

Felices como bestias by Diego Pinillos

autor:Diego Pinillos [Pinillos, Diego]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-10-15T00:00:00+00:00


* * *

El olor empalagoso. La psicodelia petarda. Los camareros renacentistas. Las copas en vaso de sidra con un whisky de dudosa procedencia. Sudores y feromonas impregnando el bar en busca de un poco probable apareamiento. Y miradas, miradas por todas partes que indagan, encuentran y rechazan, y que —casi— habías olvidado. Hace más de tres meses que no pisas una discoteca, y ha pasado justo un año desde tu último paseo por un local de ambiente. Un año desde que dejaste de escaparte a Chueca porque Chueca ya había cumplido con lo que le pedías.

Sin embargo, ahí estás de nuevo. Apoyado frente a la barra, pero con Jaime, en lugar de Miguel, mirándote con ojitos de cordero degollado, en el epicentro del «gayxample» de Barcelona, en una de las discotecas más populares del ambiente, según reseña turismogay.com. Después de cenar, el poeta decidió que el resto del dinero debía irse en copas, y cuando os cansasteis de los locales para hípsters de Ciutat Vella y propuso ir al Barrio Chino —que es como él llama al Raval—, tuviste que darte prisa en encontrar una alternativa más segura que los chaperos que pretendía localizar en las oscuridades de un distrito en el que no tienes ninguna intención de adentrarte a las dos de la mañana.

—¿Quieres un chupito? —En sus ojos brillan siete whiskies como siete mares.

Asientes, y él te da un billete de diez euros suave de tan arrugado.

—Ve pidiéndolo, ahora vengo.

Sale dando tumbos y te giras hacia el camarero para pedirlos. Al quedarte solo, captas a un grupito que te mira desde la pista. Te vuelves hacia ellos y solo uno te sostiene la mirada. Un joven un poco mayor que tú, de nariz aguileña, barba negra y ojazos marrones.

—¿Qué? ¿Ligando? —Jaime regresa y se bebe de un trago el tequila.

—¿Por eso te has ido? —Vuelves a mirar de reojo al chico—. ¿Para comprobar si me estaban mirando a ti o a mí?

—Sí. —Él te guiña un ojo—. Pero no solo eso. Escucha…

La discoteca se impregna de un ritmo familiar que los chicos empiezan a bailar y a tararear. La canción te suena, pero no identificas cuál es hasta que se oye la voz de Leire y ese pegadizo estribillo de… ¿«Inmortal»? ¿Se llama así la canción?

—Te quería sacar a bailar y he pedido La Oreja de Van Gogh.

Pronuncia el nombre del grupo como si fuese el de un cuadro del Museo del Prado.

—Ya, es que esta no es La Oreja de Van Gogh que yo te pongo. No está Amaia.

—¿Quién?

—Amaia. La cantante. —Tratas de hacerte oír por encima de la música—. Esta es otra. Amaia se fue para montárselo en solitario y pusieron a Leire. Las nuevas canciones ya no las escucho. Ni de ella ni de la nueva Oreja.

—¿Por qué? —Te agarra del brazo—. A mí esta me gusta más.

Te arrastra hacia la pista de baile y, tras un leve amago de resistencia, acabas por ceder. Mueres de ternura por su intento de hacer las paces por



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